¿Y si no soy interesante?
Justo anoche, después de un largo paseo familiar, me di cuenta de algo que me atravesó sin aviso:
Llevo años convencida de que soy imposible de amar.
He estado en modo ermitaña. Evito la interacción social.
Apenas una vez al mes salgo a beber, y eso si logro convencerme de que no incomodaré a nadie con mi presencia o mi aburrido ser…
Creo que mi vida interior es tan… tan básica, tan aburrida…
que nadie se quedaría a explorarla.
Guapa, sí.
Atractiva, también.
Pero solo una figura sin fondo.
¿De qué sirve escribir este libro si me siento insulsa?
Sé que somos responsables de nutrirnos toda la vida.
Pero desde que crío a un niño, entiendo que ese deber empieza también hacia afuera.
A él le debo lo que no me di:
Museos, parques, espacio abierto, preguntas existenciales.
Constelaciones, teatro, barquitos en el parque, excursiones en el patio.
Y no solo eso: la voluntad de no criar un cuerpo obediente y sedentario, sino un alma en expansión.
Yo, en cambio, últimamente solo cumplo horarios.
Sobrevivo el día.
Mamá en funciones.
Culta en nada. Versada a medias.
Con ganas de explotar.
Pero sin detonador a la mano.